El lugar donde la ilusión se hizo recuerdo
Decía José Hierro que la vida puede concebirse a partir de los recuerdos del pasado y de las ilusiones del futuro. Durante mucho tiempo nuestra boda fue la mayor de las ilusiones: iba a ser el día más especial de nuestra vida, la celebración del amor ante los nuestros, un grupo selecto de familiares y amigos. Por supuesto, para un día de tanta relevancia y que iba a quedar grabado en la memoria de todos, era imprescindible elegir bien el lugar adecuado, y el Hotel Don Gregorio ha sido, sin ningún género de dudas, la mejor de las decisiones. Nos pusimos en contacto con más de año y medio de antelación, y desde el primer momento supimos que iba a ser nuestro hotel. Las instalaciones proporcionaban la elegancia, el estilo, la calidez y el ambiente íntimo que buscábamos, pero, por encima de todo, fue gracias a Carmen Bravo, la directora de eventos, con quien sentimos una especial sintonía desde que nos conocimos. Después llegó la pandemia, con sus confinamientos, cierres e incertidumbre, y el intercambio de numerosos correos a lo largo de meses nos permitió ir planificando diversos aspectos de la boda. Cuando ya empezaron a levantarse las restricciones y comenzamos a ver la luz al final del túnel, el hotel reabrió, pudimos reunirnos de nuevo con Carmen y nos encontramos con la grata sorpresa de la incorporación del prestigioso chef Óscar Calleja y de la aclamada sumiller Elsa Gutiérrez. Así fue como poco a poco fuimos organizando los preparativos, siempre guiados por los sabios y útiles consejos de Carmen, quien con su profesionalidad, experiencia y delicado gusto nos asesoró en todo momento sobre cuáles eran las opciones que mejor se adaptaban a nuestros intereses y a las especificidades de nuestra boda, además de ofrecernos total flexibilidad para implementar algunas propuestas que teníamos en mente. Y lo más importante: ante nuestras dudas y temores, siempre se mostraba resolutiva y lograba calmarnos con su cercanía, buen hacer y empatía, convenciéndonos de que todo saldría bien. Para nosotros la música era un componente central de la boda, por lo que también nos puso en contacto con Miguel Ángel Adame, el DJ, que se reunió muy amablemente con nosotros para conocer cuáles eran nuestras preferencias musicales y los temas que queríamos que sonaran durante las distintas fases y momentos clave del evento. En un principio, nuestra ceremonia iba a celebrarse en el Ayuntamiento de Salamanca, pero a dos semanas llegó la mala noticia: descubrimos que seguía habiendo restricciones de aforo y, en consecuencia, no podrían asistir la mitad de los invitados. Bastó una llamada a Carmen para solucionarlo todo y ofrecernos una alternativa que resultó ser mejor que la idea original: haríamos la ceremonia en el Patio de Tapices del hotel. El mismo Miguel Ángel se encargaría de la música y la sonorización, una amiga nuestra oficiaría la ceremonia y Carmen lo dirigiría todo. Después iríamos al Ayuntamiento simplemente a firmar y volveríamos al hotel para el cóctel y el banquete. Y así, tras meses de ilusiones y preparativos, llegó el gran día. Varios invitados se alojaban en el hotel y aumentaban sus expectativas ante cómo iría todo. Lo cierto es que no pudo ir mejor. La ceremonia fue preciosa: breve, emotiva, alegre, musical. Desde la bajada por las escaleras y el cortejo nupcial, en el patio de un histórico palacio del siglo XV, mientras sonaban los acordes de violines, violas y violonchelos adaptando el “Waterloo Sunset” de los Kinks, hasta los discursos, la conmovedora interpretación a la guitarra del “Love minus zero/no limit” de Bob Dylan por parte del novio, el intercambio de anillos y la salida con nuestra particular marcha nupcial: el “Eight days a week” de los Beatles en cuarteto de cuerda. Todo en perfecta armonía, todo en sublime simbiosis, gracias a Carmen, Miguel Ángel y el equipo del hotel. Esos 20 minutos concentraron los momentos más bellos que jamás habíamos presenciado no solo los novios, como era de esperar, sino incluso muchos de los invitados, tal y como nos manifestaron en reiteradas ocasiones. Tras la firma en el Ayuntamiento, tuvimos el cóctel en el jardín del hotel, a los pies de la cerca vieja de Salamanca. Tras un delicioso jamón ibérico a cargo de Cortadores López Garabaya, comenzó el menú diseñado por el chef Óscar Calleja. Primero, el cóctel como tal: gazpacho de sandía, chupa-chups de foie y fresa, blinis de patata y salmón, cigarrillos de morcilla, tartar de atún rojo, espuma de patata trufada con bogavante, langostinos crujientes, carrillera confitada… Una auténtica delicia para los sentidos que maravilló a todos. Después, ya en el salón del banquete, los platos principales: una sabrosísima lubina, un insuperable bosque charro de ternera y una espectacular crema de avellanas de postre, todo ello acompañado por una impecable selección de vinos a cargo de Elsa Gutiérrez, la sumiller y directora de sala. Muchos de nuestros invitados tienen un paladar muy exigente y todos afirmaron que jamás habían comido nada igual: el nivel era excelso. Además, controlan muy bien las intolerancias (el novio era celíaco y había algunos alérgicos al pescado). El servicio, dirigido por la propia Elsa, fue inmejorable: todos los camareros fueron muy amables, atentos y profesionales. Carmen, que había decorado la sala con su habitual gusto exquisito, estuvo presente en todo momento, en la discreción de un segundo plano, pero siempre pendiente de que todo saliera perfecto, desde la entrada con nuestra canción (el “Beginner’s luck” de los Eels) hasta el corte de la tarta o los discursos, en los que obviamente quisimos agradecer con una gran ovación a todo el equipo del hotel, en especial a ella, la gran artífice. Y qué decir del baile, a cargo del DJ Miguel Ángel. Sin palabras: nunca habíamos disfrutado tanto de una sesión de música. Logró combinar a la perfección, con una destreza digna de admiración, todos los estilos y canciones que nos gustaban, que, además, eran los que le gustaban a él, y consiguió que no hubiera ni un minuto en que la pista quedara vacía: nuestros invitados, también muy musicales, disfrutaron tanto que recalcaron que nunca habían asistido a una sesión similar. Miguel Ángel sintió la música, pinchó desde el corazón y nos hizo gozar de una velada inolvidable. Por último, pasamos la noche de bodas en la suite nupcial, elegante y romántica, con una cama muy confortable y un amplio baño con jacuzzi. El hotel tuvo varios detalles con nosotros y a la mañana siguiente disfrutamos de un completo desayuno, en el que vinieron a saludarnos Óscar y Elsa. En definitiva, todo salió perfecto y superó con mucho nuestras más altas expectativas. Todos los invitados, sin excepción, acabaron deslumbrados con el hotel y manifestaron atónitos su encanto y satisfacción por lo maravilloso que había sido cada detalle, desde los espacios señoriales hasta la cuidada elaboración de los platos, desde la sofisticada decoración hasta el óptimo servicio, desde la amabilidad del personal hasta la calidad de los productos. En efecto, nuestra boda fue sin duda el día más feliz de nuestras vidas, aquel en el que “nacimos” como pareja oficial ante los nuestros. Y la persona que nos acompañó, orientó, asesoró, tranquilizó y ayudó a llevarlo a cabo fue Carmen Bravo, presente a lo largo de todo el proceso. Le hemos cogido tanto cariño que sentimos que se ha convertido en nuestra madrina especial, pues asistió al germen de nuestro matrimonio. Por ella, sobre todo, por Miguel Ángel, por Elsa, por Óscar, por todos en general, el Hotel Don Gregorio siempre será nuestra casa, aquella en la que celebramos nuestro amor, el lugar en el que la mayor de nuestras ilusiones ha logrado convertirse en el más emotivo y memorable de nuestros recuerdos. Paula y Álvaro.