Hay formas de contar una boda.
Está la de siempre, la que posa, la que busca el encuadre perfecto, la que coloca las copas y alisa el vestido.
Y está la mía.

La que se mancha los zapatos de polvo siguiendo a los niños que corren por el campo.
La que se queda un poco más escuchando cómo tu mejor amiga te dice que nunca te había visto tan guapa.
La que guarda los silencios que no salen en el guion, pero son los que lo dicen todo.

No busco fotos perfectas. Busco fotos reales.
Fotos que son piel erizada, que son el brillo en los ojos de tu padre, que son la primera calada de aire después de decir “sí”.
Fotos que no se hacen, se sienten.
Porque de eso va el amor, ¿no? De sentir tanto que las palabras se quedan cortas.

Me dedico a hacer que el día más bonito de tu vida no se quede solo en tu memoria.
Me dedico a congelar el vértigo, la risa, las prisas, los abrazos que no sueltan.
Me dedico a que dentro de años, cuando mires esas fotos, recuerdes quién eras aquel día y sientas de nuevo por qué lo elegiste.

Si quieres fotos que no sean solo fotos, sino trozos de ti misma, de vuestra historia y de ese temblor bonito, escríbeme.

Porque hay cosas que no se explican, se viven. Y hay recuerdos que no se hacen, se crean.