La boda de Xavier y Irene en Portillo, Valladolid
Rústicas Verano Azul 4 profesionales
X&I
02 Jul, 2016El día de nuestra boda
Fue una boda bonita, plagada de pequeños desastres. Todo el mundo se había marchado en el primer baile porque tenían que fumar, y Xavier e Irene se encontraron bailando rodeados de unas pocas personas, pero esta vez sin fallar un paso. Contentos de tenerse el uno al otro.
En la ceremonia, Irene llegó acompañada del brazo de su padre, los zapatos azules de tacón le mataban y cuando llegó a las sillas improvisadas como altar, se quejó a Xavi de que no le diera un beso al recibirla.
- Es que está tu padre.
También estaba su madre, y su hermano desde Nueva York, su padre y toda una familia adjunta que había ido creciendo con el paso de los años. Xavi no lo dijo, pero se sentía feliz de tener a todas las personas que quería a su lado, desde Estado Unidos, a Argentina, pasando por India y Alemania, estaban reunidas aquellos justos y necesarios como para llenar de alegría ese espacio. Con el paso de los años, tendrán en sus recuerdos el insomnio del novio la noche anterior a la entrada al castillo llena de gente esperando, el pequeño escarabajo que les recogió, y los discursos de los amigos, de Salva y del padre del novio que se portó como un caballero y estuvo toda la noche en su sitio, al lado de su hijo.
Seguir leyendo »Fue una boda como todas, llena de momentos hilarantes. Irene estaba dando el sí quiero, cuando notó cómo la liga resbalaba por su pierna y se posaba suavemente en el suelo. Tuvo que salir al paso como pudo, comentando en voz alta “¿Os habéis dado cuenta de que se me ha caído la liga?”. Hubo carcajadas por todas partes y por fin las abuelas y las madres dejaron de llorar, y la gente se acercó a darse besos y hacerse fotos mientras disfrutaban de una copa de Juvé Camps.
Hacía un calor horrible pero los novios no lo notaban. Lo notaron algunos invitados, a pesar de los paipais, e incluso en el cóctel sobre el río algunas de las invitadas se quemaron los hombros y los tirantes dejaron pequeñas vías de tren sobre la piel.
Fue una boda tranquila, llena de sorpresas. Comieron y bebieron durante horas y horas, y algunos invitados decían que el jamón era mítico, que el cochinillo había que repetirlo, que los dulces sabían a cielo. Quizás podrá pasar a la historia el sorbete de vermú que hizo que la abuela Feli tomara el único trago de alcohol de su vida, y luego decidiera cantar y bailar porque era su nieta mayor y en alguna parte del universo el abuelo estaría sonriendo. El padre de la novia se había negado a bailar el segundo baile, pero en algún momento de la tarde se acercó a ella y bailaron en una esquina Corazón Partido. No quería que nadie le viera, claro, y todo el mundo acordó en silencio que no le habían visto.
Cuando se acostaron los últimos borrachos, ya casi era de día, y había pasado la boda de Irene y Xavier. Los novios se despertaron oliendo un poco a tabaco y alcohol, agotados y felices. Notaron cómo sus alianzas de oro encajaban y se preguntaron cómo habían podido caer en tantos tópicos romanticones a fuerza de evitarlos.
Aquel 2 de julio de 2016, le dieron la espalda a todo lo malo: a la crisis, a la distancia, a los problemas, al futuro incierto del siglo XXI. Se casaron conscientes de que el amor en estos tiempos es un acto revolucionario. En aquel rincón de la Ribera de Duero, mientras brindaban, bebían, comían y sonreían, ellos supieron lo que habían sabido siempre, que iban a estar juntos toda la vida.
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