La boda de Saúl y Keira en Caldes De Montbui, Barcelona
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27 Dic, 2020El día de nuestra boda
La alegría de ser finalmente marido y mujer. Eso, no hay nada que lo pague. Yo siempre fui de esas niñas que soñaban con el día de su boda. La vida finalmente me trajo al hombre más bueno y la mejor persona que jamás hubiese podido imaginar. Cada instante con él era alegría, pero teníamos demasiado claro que queríamos dar ese paso, ser oficialmente una familia, un matrimonio. Para nosotros ya lo éramos, pero para el entorno y el mundo civil, todavía no. Así que, sin tener que insistir ni rogar a mi marido, salió de él pedirme la mano el día de su cumpleaños, en diciembre de 2018.
Desde ese día empezamos a preparar todo con ilusión. Teníamos en mente que 2020 sería un año mágico y precioso y fijamos la fecha para el 27/06/2020. Luego apareció una pandemia y demás problemas asociados a esta, pero lo que se dice de que el amor todo lo puede es bien cierto; no desistimos. Queríamos, sí o sí, ser marido y mujer en 2020, sobre todo viendo cómo avanzaban los acontecimientos; más que nunca en los malos momentos queríamos ser un matrimonio. Tras varios intentos de fecha fallidos, finalmente se obró el milagro y pudimos casarnos y celebrarlo justo 6 meses después de la fecha inicial, conservando el mismo día del mes: el 27/12/2020. Nos pareció una señal porque, de hecho, sentimos que éramos como Indiana Jones en el templo maldito, cuando huye mientras baja esa losa de piedra y no le atrapa por los pelos. Por los pelos, las normativas cambiantes día a día no nos permiten celebrar nuestro ansiado día, pero pudimos.
Seguir leyendo »Lo de que en momentos duros ves de verdad quién quiere estar a tu lado y quién se alegra de tu felicidad es completamente verídico. Gente que nunca jamás paró de hacer vida social sin tomar precauciones, tuvo la excusa fácil para no venir, y nosotros nunca quisimos forzar a nadie. Y sin embargo, personas muy queridas e incluso de salud delicada no quisieron perderse ese día y de haberlo pospuesto más, tal vez no lo hubiésemos vivido juntos, como en el caso de mi abuela.
Todo fue mágico. Sí que lamento un poco los nervios horribles que pasamos, tanto meses antes como la mismísima semana. Si montar una boda es estresante, con esta circunstancia, no se lo deseo a nadie. Por suerte, pudimos disfrutar de parte de los preparativos de la boda con intensidad, antes de que llegase marzo de 2020 y empeorase todo. Así que gracias a ir con adelanto e ilusión, eso lo disfrutamos. Pero hubieron preparativos que no me veía capaz de hacer y hubo que hacer un sprint los días antes, en los que ni dormimos. De hecho, la noche antes nos acostamos a las tantas, dejando todo listo, llorando de emoción, imaginando nuestro día soñado y empezando a ensayar el baile de novios. Porque no tuvimos coraje de ensayarlo antes.
Para ser diciembre, el día fue perfecto. Salió un tímido sol que iluminaba todo, pero no cegaba. No hizo apenas viento. Respecto al frio, yo iba con un vestido de verano, adaptado con una capita y estuve superbien. A pesar de no dormir, no se nos veía mala cara, pero sí la espalda muy tensa. No me salieron granitos ni demás cosas en la cara, a pesar de todos los nervios pasados, y no se nos rompió nada ni se nos olvidó nada en casa. Contra todo pronóstico, literalmente, salió todo perfecto. ¡Lo único, que hubiésemos querido alargar ese día hasta el infinito!
Después de dormir juntos, una hora y media si llegó, en la habitación del hotel donde se cambiaría mi marido, me despedí de él con un beso y me dirigí a mi habitación, donde había dejado el día antes sacado de su funda mi vestido y mis cosas para maquillarme. Nos empezamos a arreglar. Antes de entrar en la ducha yo ya tenía preparado el enlace de un vídeo personalizado que le hice a mi marido, subido en modo privado a YouTube, porque sabía bien que ese día estaría nerviosísima y no quería dejar nada por decir. Ahí le agradecí que nunca se rindiese con la boda y que me apoyase tanto, como lo hizo y lo ha seguido haciendo. Me respondió con un vídeo corto donde lloraba de felicidad. Eso fue la energía que necesitaba: definitivamente me iba a casar con la persona que más quería. Por fin, había llegado ese día. Así que con toda la ilusión en el cuerpo empecé a arreglarme; me maquillé y después me peiné yo misma, y no me temblaron las manos y me aguantó todo el día. Los milagros existen.
Esperé con mi bata de novia a que viniese mi madre para ayudarme a vestirme mientras los fotógrafos de Bcn Imatge hacían su magia. En Cataluña es tradición que el padrino de la novia le entregue el ramo y le lea unas palabras. Ese padrino fue mi padre y nunca podré olvidar esos momentos con ellos, llorando, sus caras al verme vestida de novia, sus ánimos. Después vinieron a verme mi abuela y mis tías, y aunque eso no se inmortalizó de manera oficial, tenemos fotos del móvil para recordarlo.
La espera hasta que pude dirigirme al sitio donde nos casábamos se me hizo eterna, ¡no quería llegar tarde! Pensaba que haría esperar a todo el mundo y no quería eso. Pero no, todo salió estupendo y estaba allí, en lo alto de las escaleras del jardín, sin que nadie me viera, con mi padre, escuchando la playlist de antes de la ceremonia que preparamos con ilusión Saúl y yo, imaginándole ahí esperando, muy nervioso y esperando mi momento para bajar.
Y sonó la marcha nupcial y mis piernas dejaron de temblar y la decisión me embargó. Es tu día, se acabaron los nervios, disfrútalo al máximo. Y logré bajar esas escaleras sin resbalarme, sin tropezarme y sin demás nervios que me habían surgido días antes. Y ahí estaba él. El momento del First Look. Me miró y lloró y entonces yo no pude evitar hacer lo mismo. El momento llegó. Nos besamos y empezó la ceremonia civil en el jardín. Nos casó Josep, un juez de paz al que siempre agradeceremos lo preciosa que hizo la ceremonia y amena, y que dejase la oportunidad para que Adrián, uno de nuestros amigos en común más antiguos y queridos, nos ayudase a hacer dos ceremonias simbólicas: la de la arena y la de la unión de manos (handfasting), donde quisimos hacer participar a todos los presentes con unos palitos con cintas y cascabeles.
Después del intercambio de anillos, las firmas y recoger nuestro deseado libro de familia, al ritmo de "Accidentally in Love" (que nos define mucho), hicimos el pasillo mientras nos tiraban pétalos.
A partir de ahí, momentos típicos, pero que para nosotros fueron muy especiales, de todas las bodas: lanzar el ramo, que tiramos un ramo cada uno y era de chuches; entrar al aperitivo con antorchas de humo mientras sonaba "The Final Countdown"; entregas especiales, que fueron mágicas. Durante la comida fuimos hablando y agradeciendo a todas y cada una de las personas de cada mesa, que compartiesen ese día con nosotros y les dedicamos unas palabras personalizadas y emotivas. Todos los invitados tuvieron su regalo de bienvenida y su recordatorio. Además de eso, habían entregas especiales para las futuras parejas, para los amigos, para los padres, hermanos y para mi abuela. Hicimos dos sorteos con unos números que tenían escondidos en las mesas los invitados. El corte de la tarta fue con la música de "Bésala", de La Sirenita, y nuestros muñecos de la boda iban a juego con la temática.
El baile finalmente nos salió bastante decente, no hubieron accidentes ni nos olvidamos de ningún paso. Las entregas fueron muy emotivas y aunque tuvimos que hacer la sesión de fotos un poco con prisa, nos aguantó el sol justo para terminarla. Fue un día mágico y sobre todo, lo recordamos con mucha ilusión y alegría. Yo me pasé las semanas después (sí, semanas) llorando de pura felicidad y alivio, de que todo lo malo hubiese pasado y sintiéndome afortunada de lo bien que salió todo finalmente.
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