La boda de Roberto y Iris en Monforte de Lemos, Lugo
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24 Jun, 2017El día de nuestra boda
8:00h de la mañana del 24 de junio de 2017, despierto sobresaltada, mi cabeza me decía: ¿qué haces todavía en la cama? ¡Vas a llegar tarde! Esa sensación te acompaña todo ese día y a pesar de lo agobiante que es, desearías repetir una y otra vez ese despertar, en ese mismo día, repetir cada momento y quedarte en él disfrutándolo, cada minúsculo detalle...
Después de un buen desayuno y de, no saber cómo, acabar desayunando con un montón de amigos (los que estarán junto a nosotros todo este bonito día) llega la hora de recoger los trajes, el mío, en el coche de mi papá, fiel guardián del secreto mejor guardado.
Mi futuro marido, después de recoger todo se despide, eso serían las 12:00h de la mañana, y desde entonces hasta las 19:00h nuestros caminos se separan, para reencontrarnos en el momento más importante de nuestras vidas.
Llego a mi habitación, la gran suite del Parador de Monforte de Lemos, con toda esa luz, ese día radiante que hacía lucir mi vestido colgado de barra de la cortina, como si de una aparición se tratase (lo que dio momentos muy divertidos cada vez que alguien, de las pocas personas que podían entrar, lo veían), por fin mi salvadora, mi peluquera y maquilladora de confianza tremendamente eficaz para calmar mis nervios, mi madre todavía sin llegar (y pienso: la que llega tarde no seré yo, será madre). Llega el ramo, precioso, tal cual lo encargué, junto a los ramilletes para el novio y el padrino.
Seguir leyendo »Toca un poco de desconexión, siempre de manos de mi estupendo fotógrafo, donde nos ponemos a hacer fotos absurdas y pruebas de vídeo antes del momento de la puesta del vestido.
¡Por fin mi madre! Que si lo sé, mejor que no viniese hasta el final porque venía hecha un flan, pero claro, alguien tenía que ponerme el vestido, después de la odisea de bajarlo de la barra (cosa que no pensamos al subirlo, claro).
Ahora sí, todo listo, oigo los aplausos de los invitados en la puerta del Parador, salía el novio y la madrina, es ahí donde se siente un escalofrío que te recuerda lo que estás viviendo.
Llega mi padre, emocionado intenta ahogar esa lagrimita con alguna tontería. No somos nosotros de ir derrochando cursiladas, pero nos entendemos y sabemos lo que sentimos cada uno, con una mirada basta.
Y de aquí, para adelante todo es un mar de emociones, entro en la iglesia, decorada tal cual lo queríamos, alfombra roja, con un pasillo de flores y faroles a los lados, todo en blancos y rosados pálidos y al fondo, él, esperándome, mirándome fijamente esperando esa mirada de complicidad para asegurar el convencimiento del paso que vamos a dar.
Suena la música, precioso conjunto de violín y piano acompañado de un tenor. Envuelve toda la iglesia de emoción, cuando de repente arrancan los aplausos a mi paso (no hay mejor sensación que la de ver que todo el mundo está feliz por tu felicidad).
Después del sí quiero, se relaja el ambiente, disfrutamos de un cóctel estupendo, rodeado de nuestros seres más queridos, miles de besos para felicitarnos, y de fotos y de selfies y de comida, riquísimo todo acompañado de buen vino de la tierra. En el comedor más de lo mismo, y más y más besos, eso sobre todo. ¡Que vivan los novios! ¡Que se besen!
Un día para recordar de por vida, y gracias al magnífico trabajo de nuestro fotógrafo que fue capaz de inmortalizar cada momento, cada sentimiento, el recuerdo físico perfecto del día más maravilloso de mi vida.
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