La boda de Reme y Benja en Gijón, Asturias
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R&B
24 May, 2008El día de nuestra boda
¡Por fin había llegado el día! Aunque parezca mentira me desperté tranquila, había pasado la noche junto a mis chicas más especiales. El día amaneció nublado después de una semana en la que había llovido a cántaros.
Mi madre estaba nerviosa. Me fui a la ducha y, luego, con ella a la peluquería. El peluquero (un chico de diez) también estaba nervioso. Allí me encontré a mi gente: cuñadas, sobrinas, suegra, amigas, etc. Cerré los ojos para relajarme. Cuando vi mi peinado, me encantó.
Después, llegó todo el ajetreo. Era tarde y tenía poco tiempo para vestirme, pero antes de hacerlo pasé unos minutos a solas con una foto de mi padre, que desde el cielo me escuchó decirle cuánto lo quería y cuánta falta me hacía en ese momento.
Cuando me vestí, a mi habitación entraron mis hermanos y sobrinos y se escuchó un ¡oh!, seguido de alguna lagrimilla, fotos, fotos y más fotos.
A la hora de coger del brazo a mi hermano mayor y padrino, le pedí por favor que me agarrara bien. Empezaban los nervios a hacer acto de presencia en mi estómago. Salí a la calle, mis vecinos de toda la vida me esperaban, yo no sé cuántos besos di.
Seguir leyendo »Llegué a la iglesia y ¡el novio no había llegado! Desesperación, nervios, estrés. Como era una zona peatonal, los invitados taparon mi coche hasta que llegó mi chico. ¡Madre mía!, qué guapo estaba.
Me recibió junto al altar con un: “estás muy guapa”. Aguanté la boda emocionada, pero sin derramar una lágrima, no así él que fue un llorón. Decidimos mencionar a mi padre y a su abuela fallecida cinco meses antes.
A la salida, esperaba una lluvia de arroz y pétalos. Mi florista había puesto dos pies de forja con cucuruchos rellenos de arroz y pétalos de rosa. Un gran detalle. Después, fotos y fotos y el momento más importante: fui al cementerio a llevarle el ramo a mi padre. Tenía dos iguales, pero con el que me casé fue el que le entregué.
Íbamos en el coche mirándonos a los ojos, cogidos de la mano, sin hablar apenas, pero sin dejar de sonreír.
Después, el restaurante La Piedra en Perlora nos brindó una inmejorable atención. Llegó la hora de bailar; se nos dio bien. La tarde transcurrió en un abrir y cerrar de ojos. A las doce en punto de la noche se apagaron las luces y una tarta con bengalas se abrió paso. Era el cumpleaños de mi ya marido, que no pudo evitar volver a emocionarse. Tengo que decir que recién operado de ligamentos de rodilla, tenía la pierna como una morcilla de todo lo que bailó y que no paró quieto en ningún momento y eso que había dejado las muletas el día antes.
Habría que explicar muchos más momentos, pero estaría aquí un montón de tiempo. Creo que mi boda se resume en una palabra: inolvidable.
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