La boda de Raúl y Carolina en Málaga, Málaga
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R&C
13 Sep, 2014El día de nuestra boda
Mi crónica de boda comienza justo en el momento en el que Raúl me pide matrimonio. A partir de ese día, hasta la boda, todos tienen que ver con algo con la boda.
Como tuvimos muchísimo tiempo por delante, porque teníamos que ahorrar mucho para poder tener la boda que queríamos, decidimos hacer las cosas poco a poco, para luego no agobiarnos.
Hacíamos las cosas por igual. He recibido muchísima ayuda de su parte y los dos hemos disfrutado de casi dos años de preparativos muy intensamente, muy felices y sabiendo que lo mejor estaba por llegar.
El día antes de la boda estaba tranquila, aunque sí un poco inquieta, pues tardaban en hacerme las uñas en el centro de estética y no pude quedar a tiempo con los fotógrafos para poner el photocall. Y yo, que soy muy impaciente, metía bulla para que todo saliera como había planeado.
Esa noche dormimos juntos en nuestra cama, como todas las noches desde hacía ya más de cuatro años, aunque llevamos once de relación. Tomé dos sobres de infusión “relax”, por si acaso no cogía el sueño, pero lo cierto es que dormí mejor de lo que esperaba. Raúl no durmió absolutamente nada, el pobre pasó una mala noche.
Seguir leyendo »Por la mañana me desperté a las ocho. Mientras me duchaba Raúl me dijo que iba a salir a tirar la basura para dejar la casa lista, pero cuando tocó la puerta para que le abriera, apareció con una cesta de desayuno. Ahí ya empecé a emocionarme. A partir de ese momento empecé a ser consciente de lo que me esperaba y creo que no pasó ni una hora en ese día 13 de septiembre, en la que no estuviera con las emociones a flor de piel, porque ese día pasó de todo lo bueno que le puede pasar a alguien.
Luego llegó mi padre para recogerme y llevarme a donde iba a maquillarme, peinarme y vestirme; a llevarme a la casa que me había visto crecer. Antes de salir los tres estuvimos brindando con champán y echándonos fotos para pasarlas por Whatsapp, intentando aparentar que no había nervios.
Cuando llegué a casa de mis padres no había nadie, porque mis hermanas y mi madre se habían ido a la peluquería y aún era temprano, así que me tomé un tiempo de tranquilidad para mí. Coloqué sobre la mesa los pendientes y la pulsera, saqué la liga y las sandalias de la caja y miré mi vestido mil veces, suspirando y con unas ganas infinitas de ponérmelo; pero ya quedaba poco.
A las diez y medio llegó a casa María Arana, mi maquilladora y peluquera, y empezó a hacerme los tirabuzones y a ponerme los ganchillos. Me relajó muchísimo charlar con ella, aunque ya empezaba a sentir cosquillas en el estómago. Al poco rato llegó mi hermana pequeña de la peluquería, así que María empezó a maquillarla. Luego llegaron mi otra hermana y mi madre, que también se maquillaron en casa. A mí se me hizo eterna la espera hasta que por fin empezó a ponerme guapa. Mi padre, mientras, quemaba adrenalina en clase de spinning; creedlo.
Tardó como dos horas en maquillarme y peinarme. En ese transcurso de tiempo, una muchacha que no conocía, entró a donde yo estaba y me entregó un ramo de rosas rojas con una tarjetita y una caja pequeña. Lo abrí con lágrimas en los ojos, apenas podía leer ni ver nada. Recuerdo que fue súper emotivo ese momento. Me decían todas: “¡Madre mía, el hombre más detallista que he visto en mi vida!” Incluso la maquilladora, que está harta de bodas, me decía: “Es el único novio que conozco, que en ese día da tantas sorpresas a su futura esposa”. Y yo más me enamoraba de él. Después del sofocón comí un poco de lo que trajo mi padre del bar de una amiga; había de todo, pero yo ya tenía el estómago cerrado con un nudo de nervios. “Ya estoy empezando a ponerme nerviosa de verdad”, decía yo. Me sudaban las manos, las tenía heladas.
Cuando tocaron de nuevo el portero, no me lo podía creer, ¡ya estaban aquí los fotógrafos y videógrafos! Eran cuatro, y en mi casa ya no cabía más gente, porque también estaban mis vecinos y familia. Se pusieron a fotografiar detalles mientras terminaba, me hicieron fotos maquillándome y a mis padres y hermanas, que ya estaban listos. “¡Vamos a darle caña al asunto, María, que me quiero poner ya el vestido!”, recuerdo que le dije yo a la maquilladora. Estaba impaciente. Fue dicho y hecho. “¡Ay, que son casi las cuatro!
Me vistieron las chicas de la casa y no me lo podía creer, por fin ya lucía mi vestidazo. Respiraba raro, eran los nervios. Ahora llegaba la sesión de fotos en familia. Me encantó ese momento, como otros miles de ese día. Mis padres me miraban con ojillos cristalinos, a mis hermanas no se le borraba esa sonrisa tan preciosa, y yo, seguía sin creérmelo.
Pronto bajaron todos y me quedé yo sola con mi padre; era el momento de bajar al portal. Me tomé unos minutos para ir al baño, así me hacía de rogar un poco, y recuerdo como torpemente y nervioso, mi padre me colocaba las capas del vestido, ya que me entró ganas de hacer pis en el último segundo.
Cuando llegamos abajo, había una avalancha de gente. No vi a nadie, pero los vi a todos. No paraba de sonreír a todo el mundo y darle las gracias. Ahí fue el momento en el que vi el precioso coche que nos llevaría, regalo de mis padres: un modelo clásico único en España, un Studebaker del año 1928. ¡Impresionante!
Eran las cuatro y media justas. Se tardaba media hora en llegar al Jardín Botánico-Histórico, así que íbamos bien de tiempo, ya que la ceremonia empezaba a las cinco. Me preocupaba un montón eso de llegar tarde, pero llegué hasta con tiempo de sobra. El camino en coche se me hizo cortísimo y cuando me quise dar cuenta, ya estaba aparcado delante del pasillo que me llevaría hasta mi chico.
Al bajar del coche vi a tantísima gente, que casi me da algo. Había más de 200 personas clavando su mirada en mí y yo estaba hecha un flan. Mientras, hacía el pasillo, miraba fijamente a mi futuro marido. Estaba guapísimo, con su sonrisa y los ojos llorosos, pero aguantando el tipo. Yo igual; no rompí a llorar, gracias a Dios, pero la emoción era visible. De vez en cuando miraba a la gente; me decían “¡guapa!” y “¡viva la novia!” y veía a alguien con las lágrimas saltadas. Yo estaba con los vellos de punta, sin duda fue uno de los momentos más inolvidables y de los que más saboreé junto a mi padre. Al llegar junto a su lado, le dije que estaba guapísimo y le planté dos besos. Él me dijo bajito: “No se puede ir más preciosa”. ¡Qué momentazo!
La ceremonia fue muy emotiva. Es normal que yo lo diga, pero además, todas las personas con las que hablamos sobre ese día, destacan lo mismo. Nos casó una concejala la cual no conocíamos, pero era como si nos conociera de toda la vida. Fue muy cercana, a pesar de que las ceremonias civiles son bastante frías. Nos regaló la moneda de la ciudad de Málaga, un bonito recuerdo para guardar. Leyeron mis dos hermanas primero, a continuación mi cuñada y cuñado, y por último nuestra gran amiga Blanca. Todo fueron emociones y lágrimas de felicidad. Se me hizo cortísima la ceremonia, como lamentablemente todo lo que ocurre en ese día, que pasa volando.
Las horas parecen minutos, y ya nos vimos saliendo de la mano como marido y mujer, esperando una lluvia de arroz. ¡Eso fue un bombardeo en toda regla! El momento justo de después, ambos lo recordamos como un agobio de gente hacia nosotros. Como es normal, todos quieren ser los primeros en abrazarte y besarte, así que conforme avanzábamos nos iban achuchando. Perdí la pista de mi marido. “¿Dónde está? ¡Juramos que ese día no nos separaría más que para ir al baño!”
La fotógrafa empieza a poner orden; eso era un caos. Queríamos hacer una foto todos juntos, pero parecía una odisea. Al final lo conseguimos. Fotos y más fotos, abrazos, y besos que me llenan la cara de pintalabios. Por fin nos quedamos solos para una sesión de fotos y vídeo que duraba dos horas. Ahí me relajé y me lo pasé genial, descubriendo sitios del precioso jardín donde nos casamos, que ese día resplandecía de forma especial.
Cuando ya se acercaba la hora de llegar al cóctel nos montamos en nuestro coche, que nos esperaba con el chófer, y por fin Raúl lo pudo disfrutar. Llegamos al hotel y vimos un pasillo de gente con bengalas encendidas, esperando a que pasáramos entre ellos, para llegar a donde estaba el maitre esperando con la copa de Reymos para el brindis. Sonó la canción que habíamos elegido y pasamos cogidos de la mano, dando las gracias a todos mientras nos vitoreaban. Raúl me dio una vuelta rápida y recuerdo como torpemente el vestido se me enrolló entre las piernas, pero nadie lo notó, porque giré de nuevo hacia el otro lado y ¡tachán! Con lo patosa que soy casi por los pelos hago de las mías. Brindamos por todos y luego paseamos por allí con la gente, haciéndonos fotos, saludando, charlando, etc. Tomamos un poco de vino y aperitivos; teníamos hambre porque eran ya las ocho y media de la tarde y no habíamos comido bien en todo el día.
Luego los organizadores hicieron pasar a los invitados al salón y nosotros nos quedamos los últimos, para hacer la entrada con la preciosa canción de Bruno Mars, Marry you. Recuerdo como saboreaba cada uno de estos instantes y miraba todo lo que me rodeaba, deseando tener una cámara de fotos en los ojos para guardar las imágenes de aquello que veía. Cuando llegamos a la mesa, mi suegro, que tiene un don para hablar en público, dijo unas palabras a todos los invitados y agradeció el bonito día del que estábamos disfrutando. Antes de sentarnos, llegó una gran amiga para enseñarnos una sorpresa que tenía preparada para nosotros; aunque ya sospechábamos algo, no podíamos ni imaginar lo que nos esperaba. Fue una mesa gigante con árbol de los deseos, rincón de los recuerdos, pastitas, cakepops, cupcakes, nubes, fotos, golosinas, y un montón de cosas más. Una pasada total, yo estaba flipando. También en ese instante otra amiga de la familia nos regaló una inmensa y preciosa tarta de chuches con una cúpula muy famosa que hay en el Jardín Botánico, donde hicimos la ceremonia. Era una auténtica obra de arte hecha con golosinas.
Después de ver estos regalitos nos sentamos en la mesa a cenar. El maitre estaba súper pendiente de todo a cada momento y nosotros estábamos relajados, disfrutando de la cena. A mí me supo a gloria. Después todo sucedió más rápido aún. Cortamos la tarta, brindamos, repartimos los regalitos, saludamos a todo el mundo y cuando nos quisimos dar cuenta, ya estábamos sentados delante del proyector para ver los vídeos que nuestro videógrafo había preparado. Se trataba de fotos nuestras desde peques y nuestros comienzos, además de una preboda de cómo nos conocimos y el trailer del día de la boda. Yo miraba hacia atrás de vez en cuando y veía a todo el mundo llorando de emoción. Fue realmente precioso y especial.
Después de esto hicimos nuestro baile nupcial. Fue un vals que habíamos preparado un mes antes, muy romántico y con un porté que impactó a todos. ¡Y por fin barra libre! Eso sí que fue un desfase, puso la guinda final al día más bonito de mi vida. Durante las copas repartimos las ligas con canciones sexys; mi marido las ponía con la boca y todo. Lancé un ramo que habíamos hecho nosotros con goma eva a todas las solteras y también les dimos los regalos a nuestros padres y a mis amigas, las que me organizaron una despedida con escapada sorpresa el mes antes. Se merecían eso y más.
De lo demás ya no recuerdo mucho y eso que apenas bebí. Bailamos, saltamos, cantamos, gritamos hasta quedar afónicos y mi vestido acabó negro como el carbón. Según dicen, el vestido acaba siendo la muestra de cómo se lo pasó la novia, y yo por lo visto, tuve que pasármelo muy mal.
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