La boda de Nacho y Itziar en El Espinar, Segovia
En el campo Verano Blanco 2 profesionales
N&I
22 Jun, 2013El día de nuestra boda
¿Cómo empezar a contar un sueño? La verdad es que nos casábamos un sábado, y durante toda esa semana todo fueron problemas: el señor que nos ponía la música nos dijo que al final no podía ir y que buscáramos a alguien que supiera más o menos las partes de una misa para que supiera cuándo poner las canciones (a menos de una semana va y nos lo dice); que las flores de mi ramo no sabían si las podrían conseguir y que fuera pensando en otras por si acaso (cuando ya me habían dicho que no habría problema)… En fin, todo problemas, a lo que se le sumaba un tiempo de perros: con frío, lluvia...
El día antes de la boda tuvimos la prueba de sonido. Habíamos quedado con el jefe de la cofradía a las 19:00 para que nos abriera la ermita y así poder ver si la música se oía bien y hacer un pequeño ensayo. Siendo a esa hora, les daba tiempo a mi chico y a mis suegros a llegar al pueblo mientras yo me hacía la manicura y demás. ¡Pues va el cofrade y me llama a las 17:30 diciéndome que si queríamos subir a comprobar todo tenía que ser ya! Que tenía muchas cosas que hacer y se tenía que ir, a lo que le contesté que yo no podía ir en ese momento, y que no había nadie para hacer la prueba de sonido, que la música la traía mi chico y él aún no había llegado. Con lo cual, que ya me veía sin prueba de sonido. Llamé a mi chico y le dije lo que pasaba. Él me contestó que como poco hasta dentro de media hora no llegaría, y que, en vez de pasar a recogerme, que se iba directamente a la ermita, aunque nos quedáramos sin ensayo. Al final consiguió llegar justo cuando el tío se iba a ir, y pudo hacer la prueba, pero vamos, que los nervios no me los quitó nadie.
Seguir leyendo »La mañana siguiente amaneció despejada, sin una nube en el cielo. Me di una ducha y me bajé a la peluquería y a maquillarme. Cuando subí, me encontré con que el fotógrafo había llegado una hora antes y me estaba esperando. Nadie se había vestido, mi padre había bajado a por los prendidos y mi ramo a la floristería (que al final me lo pudieron conseguir), y mientras el fotógrafo esperando. Como no había nadie preparado para ayudar a vestirme, para no ponerme nerviosa me puse de palique con el fotógrafo hasta que mi madre terminó de arreglarse.
Cuando acabó la sesión de fotos, todos se fueron a la ermita, y sólo nos quedamos mi padre y yo. Yo la verdad es que estuve supertranquila toda la mañana (cosa que me sorprendió bastante), pero mi padre el pobre no hacía más que hablar, hablar y hablar. Soy la mayor de sus tres hijos, la primera que se casa y, según las previsiones, ¡la única que lo hará! Así que es comprensible.
Llegó por fin nuestro amigo Alberto, que era quien iba a llevarnos a mi padre y a mí a la ermita, así que nos pusimos en camino.
Cuando llegamos, la música de mi entrada comenzó a sonar y me empecé a emocionar cuando la escuché. Quería ver ya al que iba a ser mi marido. Nos bajamos del coche y, a medida que nos acercábamos, me di cuenta de que estaba andando mucho más rápido que la música. ¡Quería casarme ya! Lo bueno de la ceremonia es que fue muy cortita, y el cura que la ofreció le dio bastantes puntos de humor, por lo que se hizo bastante amena.
Cuando terminó la misa, comenzaron los abrazos... Madre mía, casi nos desgastamos de la cantidad de abrazos y besos que recibimos. Y, cómo no, más fotos.
Después de hacernos las fotos correspondientes y de hacer una breve parada en el cementerio para llevar 2 de los centros que estuvieron en la ceremonia a mis abuelos, nos fuimos al restaurante. Cuando acabó el cóctel, entramos en el salón con Back in black de AC-DC, lo que a mucha gente le sorprendió, y cuando nos sentamos para empezar a comer, comenzamos a escuchar el cumpleaños feliz, y veo a mi hermana y a mi cuñado con una tarta acercándose a nuestra mesa (mi cumpleaños fue el día anterior). Me pareció un detalle muy bonito por su parte.
A la hora de los cafés, mis amigas vinieron y me cortaron la liga (liga que se me olvidó ponerme para la ceremonia, y que me puse en el restaurante, por suerte, el cancán llevaba un lazo azul). Empezamos a repartir los regalos especiales: unos ramos de rosas para las abuelas, unos juegos de parchís de chupitos para los hermanos y testigo, los árboles genealógicos para los padres (si ya alguna lagrimita cayó con los ramos de las abuelas, lo que cayó con estos cuadros fue indescriptible). El que mi madre o mi suegra pudieran llorar ya lo teníamos asumido, pero el ver llorar a los padres fue algo que nos marcó. Y, por último, los regalos a mis damas de honor y a mi hermana: el libro de fotos, una rosa que dura 4 años, y el collage para mi hermana (de mi hermana cabe decir que tenía ya que estar deshidratada, ¡porque llevaba llorando desde la ceremonia!). Por último, mi ramo, que se lo di a mi hermana.
Luego comenzó el baile, que abrimos mi padre y yo con la canción de When you say nothing at all. Cabe decir que mi padre no baila nunca, que, de hecho, no bailó ni el día de su boda, así que se puede imaginar lo importante que fue para mí. Luego ya me cogió mi marido cuando comenzó el estribillo.
La fiesta de después acabó sobre las nueve, tras la cual unos se fueron a sus casas, y otros nos quedamos por el pueblo, cenamos, y a partir de las 23:30 continuamos la fiesta en un pub del pueblo.
Lo que nos ha ido diciendo la gente es que fue una boda muy bonita y muy emotiva (¡genial, era lo que queríamos!), pero para mí fue un día mágico.
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