La boda de Miriam y Fernando en Zaragoza, Zaragoza
Elegantes Primavera Azul 3 profesionales
M&F
04 May, 2013El día de nuestra boda
El día de nuestra boda fue uno de los más felices de nuestra vida. Pasamos más de un año planeándolo todo, pensando qué tipo de boda queríamos, color, lugares y detalles.
Todo comenzó con nuestra pedida de mano, que fue en octubre de 2011. Yo planeaba un viaje sorpresa a las islas griegas ese verano, en plan romántico y relax después de un verano separados por motivos laborales. Sin embargo, el viaje se tuvo que retirar más de lo previsto y nos plantamos en octubre, y ya para esas fechas en las islas griegas no hace tan buen tiempo, con lo cual deseché el viaje. Así que Fer me sugirió Paris, una ciudad a la que llevábamos mucho tiempo queriendo ir. El viaje fue fantástico, la ciudad nos enamoró. El penúltimo día del viaje teníamos reservado subir a la torre Eiffel de noche, con las luces de la torre y de la ciudad iluminadas. Había mucha gente así que cuando salimos del ascensor metálico, yo ya iba a ir directa a la barandilla pero Fer me puso una mano en el brazo y me dijo, con carita avergonzada: "Ven un momentito", señalando un rinconcillo un poco más oscuro de la torre (donde no había paparazzis jajaja). Yo pensaba que me iba a hacer un regalo, algo romántico. Habíamos hablado muchas veces de boda y yo siempre le decía en coña que sin hincar rodilla al suelo y sin anillaco no se podía hablar de boda así que se sacó un cuadradito oscuro del abrigo (hacía un frío de mil demonios) y me lo puso en las manos. Yo me quedé a cuadros y rombos. Abrí la cajita, aun pensando que no podía ser, y pese a lo oscuro que estaba, de dentro salió un brillo precioso, del anillo que había dentro. "¿Quieres casarte conmigo?" me dijo todavía rojo cual tomate. Ni me acuerdo si respondí, la verdad es que ni me acuerdo que hice exactamente. Debí de llorar (yo no suelo llorar) porque luego estuvo cachondeándose de mi por eso. Hasta creo que un japonés por allí se nos debió de quedar mirando. Tras la pedida, decidimos más o menos cuando queríamos casarnos. Este año se nos presentaba demasiado caótico por varias razones, y quizá ya era demasiado tarde para ponernos a mirar en octubre una boda para este año, así que decidimos fijarnos en el 2013, y en concreto en mayo, un mes precioso, el renacer de la primavera.
Seguir leyendo »Dado que mi pareja es militar y quería casarse con el uniforme, la boda tendría que tener un toque sobrio y elegante, cosa que tampoco me costó demasiado ya que es, realmente, el estilo que suelo llevar en mí misma (no soy de mucho abalorio y me gustan las cosas sencillas).
Puesto que su traje era azul marino, ese sería nuestro color, combinado con tonos beige y blanco. Toda la boda fue planeada de acuerdo a estas características: una basílica de estilo renacentista, blanca y luminosa; un restaurante minimalista acristalado con un pequeño jardín para el cóctel (al ser en mayo no queríamos que fuese totalmente cerrado ni totalmente abierto, por el tiempo atmosférico); un vestido de novia de estilo sencillo y tradicional, detalles en azul y blanco a juego... etc.
La boda fue planeada en la distancia ya que por aquella vivíamos en Madrid, y en el último mes antes de la boda tuvimos que hacer una mudanza, por si la boda no fuese poco trabajo. La última semana fue una auténtica locura, aunque ahora la recuerdo con cariño, cerrando todas las cosas que llevaba tanto tiempo preparando (hice muchas cosas a mano).
El día de la boda me desperté un poco antes de que sonara el despertador. A través de la puerta de mi habitación vi rayos de sol que se filtraban, y supe que iba a hacer un buen día. Salí a la terraza y vi un cielo azul, sol calentando la mañana y sonreí, ¡sonreí mucho! Después de una semana horrorosa de tiempo (esa primavera y el principio del verano fueron pasados por agua), el día de mi boda iba a brillar el sol.
Cuando llegué a la peluquería ya estaba la madrina, su hija y su hermana (fueron a la misma pelu que yo). Esperé muy poquito y enseguida pasaron a lavarme la melena (Dios, qué ganas tenía de cortármela). Me peinaron en pelo y con el secador le dieron un poco de forma. La melena tenía un aspecto muy bonito, brillante y con cuerpo. Me empezó a hacer el peinado que habíamos decidido el día de la prueba y lo terminó muy pronto. Ya le tenía el truco cogido. Mientras tanto, me habían hecho las uñas (es super relajante, me entraron ganas de dormirme), me las pinté en un color porcelana que me gustó mucho. Con el pelo acabado y ocho kilos de laca, llamé a mi padre para que me viniera a buscar. Me vino a recoger en coche y fuimos para casa, ya llegábamos un poco justos porque me estaba esperando la maquilladora de MAC.
Cuando llegué ya tenía toda la mesa del comedor acaparada con cosméticos. Aún tuve que hacerla esperar un poco más, porque la vecina debía estar en la mirilla y cuando llamé a mi casa abrió ella para verme y hablar conmigo. Saludé a Esther, la maquilladora. Ni me quité la ropa de la calle, así que me senté en la silla y se puso manos a la obra. Tardó como una hora en maquillarme, mientras mi madre mariposeaba por allí. Quedé muy contenta porque salió mejor incluso que el día de la prueba.
Cuando Esther se fue, después de desearme todo lo mejor, se hizo la hora de comer. La comida fue ligera. Había comprado el labial y el perfilador para retocarme luego. Mientras terminábamos, llamó la chica de la floristería. Me traía el ramo en una especie de urna, ¡parecía un objeto sagrado! El ramo era monísimo, con jazmines estephanotis a tutiplén, olía de maravilla cuando abrió la caja. Los muscari blancos eran una monada, como mini campanitas y la empuñadura de cola de ratón blanca la había rematado con perlas y quedaba preciosa. Me explicó cómo llevarlo y nos pidió un jarrón para que estuviese de pie, porque esas flores son delicadas y no podían apoyarse. Me enseñó también el prendido, una versión mini del ramo, con un jazmín y una ramita de muscari. Me dijo que la iglesia ya estaba montada y que la bajáramos al coche para decorarlo. Mi padre le acompañó y cuando terminó, al despedirse, me dijo que había mandado a un compañero de la floristería para que discretamente cuando yo llegara me hiciera una foto con el ramo para su web y que le pusiera nombre, que quería ponerlo en catálogo. Además, me regaló una rosa preservada muy bonita con dedicatoria. Al poquito de irse ella, casi ni nos dio tiempo a hacer nada, llamó el fotógrafo. Momento caos, todo el mundo a vestirse (menos yo). Subió Fernando, el fotógrafo, con su ayudante, y tuvimos que hacerles esperar un poquillo. Mi padre y mi hermano se vistieron enseguida. Yo me cambié y me puse mi batita “de boda”, un pantaloncito corto para no ir en pelotas totales y salí. El fotógrafo me había pedido que cuando llegara no estuviese vestida. Me hizo alguna fotito con la bata mientras “hacía como que arreglaba el ramo”, miraba las flores o “hacía como que me maquillaba”. Creo que esas fotos quedaran muy coquetas. En ese ratito mi madre terminó de vestirse, y entonces me ayudó a vestirme a mí. Me hicieron fotos mientras me abrochaba la parte trasera del vestido y mientras me colocaba el velo. Después algunas fotos sola y luego fotos con mis padres y mi hermano.
A eso de las 4 y cuarto el fotógrafo y su ayudante se fueron pitando a la iglesia a coger posiciones y al poco llegó a casa mi primo Carlos, que era el que iba conducir el coche a la iglesia. Mi madre y mi hermano se fueron antes para la iglesia en taxi. Mi casa no da directamente a la calle, da a una zona peatonal, así que allí iba yo con el vestido en el ascensor, luego andando por la calle (otra vecina me estaba esperando para cotillear) hasta el coche. Para entrar con el perifollo monté un show, ¡parecía un avestruz en una caja! Llegamos muy pronto a la iglesia y por ello paramos el coche un poco antes de llegar y nos quedamos esperando. Mi padre y mi primo ahí charlando, y yo medio histérica de estar ahí esperando. Cuando dieron las 5 y media les dije que tiraran para adelante, así que arrancamos y dimos una especie de vueltecilla a la plaza que tenía delante la iglesia para hacer el paripé, con pitada de claxon incluida por parte de mi primo. El momento de salir del coche fue muy bonito y emocionante. Esperé pacientemente a que mi padre me abriera la puerta y que mi futuro marido me diera la mano para salir del coche. Salí sonriente y más o menos dignamente sin caerme. Las primeras palabras de Fernando fueron: “qué guapa”, y me dio un beso. La gente venga a darle a la cámara de fotos.
Llegó el momento de la organización: los invitados fueron invitados a entrar a la iglesia y empezó a sonar la música de la entrada del novio, que iba del brazo de la madrina. Llegaron hasta el altar y se colocaron mirando hacia la puerta.
Cuando comenzó a sonar mi música y a cantar la soprano, los niños de arras empezaron a andar al altar (lo hicieron muy bien, ordenaditos y disciplinados). A cierta distancia, mi padre y yo comenzamos a andar. Impresiona, la verdad. Santa Engracia es una basílica con un pasillo bastante grande, con un altar al fondo muy ancho, con un original anillo de oro del cual cuelga un Jesucristo. Vamos, todo a lo grande y tu ahí, chiquitilla, emperifollada, con no sé cuántas personas mirándote y haciéndote fotos. Comenzamos a andar y yo no sabía ni dónde mirar porque el novio estaba muy lejos. Cuando ya la distancia era menor sí que le miraba, y creo que él también estaba muy emocionado. Días después, un compañero nos contó que su mujer le había cuchicheado “mira como mira Fer a Miri, con cara de enamorado”.
Por fin, después de lo que me pareció un siglo, llegamos al altar y mi padre dio mi mano a Fernando, como manda la tradición. Nos sentamos delante del altar y mi prima, que se había colocado estratégicamente en el banco más cercano, me ayudó a colocar bien el vestido. Las lecturas fueron a cargo de la hermana de Fernando, mi prima y mi hermano, por ese orden. Las peticiones las leyó un compañero de promoción de Fernando, que es además uno de sus mejores amigos. El cura fue un amor, todo el mundo lo dijo además. Cuando nos casó hizo una pequeña broma de decir que: “En una peli americana, ahora el diría puedes besar a la novia”. Nos reímos todos y por supuesto, nos besamos, a lo que todo el mundo se puso a aplaudir.
Cuando la ceremonia terminó, el marido de mi prima y un amigo de Fer firmaron de testigos y nos hicimos alguna foto en el altar. Luego “expulsamos” a la gente, hasta que no quedó nadie dentro, y comenzó a sonar la música de la salida. Miramos hacia arriba y nuestra soprano nos despidió desde arriba
Fuera nos estaba esperando “el pasillo de sables”. Caminamos por dentro hasta que se cerró por delante, y el mismo amigo que había leído las peticiones, nos ordenó que sin beso, no podíamos pasar. Así que no hubo más remedio que dar un beso. El pasillo se abrió y apareció una nube de arroz y de pétalos de los cañones. Lo que no llegué a ver son las pompas de jabón de los niños, para mí que se rompieron con el arroz.
Lo que siguió después fue una vorágine de besos, abrazos, felicitaciones… Menos mal que no tenía muchos invitados, me pongo a pensar en la gente que tiene 200 invitados y ese momento tiene que ser mortal. Después nos hicimos el típico “photocall” en la puerta de la iglesia, con familia materna, paterna, amigos, compañeros de trabajo… etc. Ya el fotógrafo empezó a impacientarse, y ya nos pusimos a la tarea de la sesión de fotos. Por descuido, me dejé el velo y en las primeras fotos, salgo con él, pero era un peñazo llevarlo por el casco antiguo de Zaragoza, y después me lo quité. La última parte de las fotos nos las hicimos en el parque cercano al restaurante, un parque de estilo moderno para diferenciar las fotos más clásicas en la parte antigua de Zaragoza. Nos sentimos muy a gusto con el fotógrafo, que era muy expresivo y amigable. Nos ayudó un montón al hacernos las fotos y nos lo pasamos genial.
A eso de las nueve comenzó a haber poca luz, nos hicimos las últimas al anochecer y partimos para el restaurante. Allí ya estaba todo el mundo, pero como habíamos llegado pronto, no habían servido todavía la comida. Pero vamos, que yo sólo probé el jamón cortado con cortador y uno de los pinchos, que estaba muy rico. Me dediqué a mariposear entre los invitados, a preguntarles. A todos les gustó mucho el cóctel, los pinchos les encantaron, y agradecieron que sirviéramos, por ejemplo, la crema de cigalas calentita, porque ya comenzaba a anochecer y a refrescar (sabíamos que en mayo no haría un calor exagerado, una cosa calentita no estaba de más). También los gallegos (mi marido es gallego y por tanto su familia y amigos de toda la vida también) agradecieron que trajésemos cerveza Estrella de Galicia. Esta gente es muy cervecera y su cerveza local es sagrada. Así que Fernando contactó con un proveedor local para que nos sirviera en el restaurante.
En el rato del cóctel, mi amiga Ana me trajo mi tocado. Me cambié de “look”. Ella es diseñadora y en un tiempo trabajó haciendo tocados en una tienda. Ya había visto el tocado por partes, pero cuando lo vi montado, ¡me encanto! Una preciosa flor grande y blanca de plumas, con el centro de perlas, engarzado en una filigrana de plata en forma de hoja. Me lo colocó con miles de horquillas, y quedaba precioso.
Ya el frío comenzaba a apretar, y el maître indicó a todo el mundo que entrara. Nosotros esperamos fuera y cerraron las cristaleras del salón con una especie de estores automáticos para que no se nos viera desde dentro. Si la entrada a la iglesia es emocionante, la verdad que entrar al restaurante también lo fue. La canción de entrada fue “I dont miss a thing” de Aerosmith, una canción preciosa, a media luz con las mesas llenas de velitas y la gente aplaudiendo y vitoreando… En fin, que fue genial y fue un subidón.
Un vistazo rápido y comprobé que mis “tontunas” estaban en su sitio: mesa de candy bar mantelada; mesa de libro de firmas montada y decorada; mesas con meseros, velas, espejo y floreros tipo copa de Martini con las flores que había encargado; tarjetas de agradecimiento en las mesas… Bien, podía relajarme. Bueno, para relajarme completamente lo que hice fue cambiarme los zapatos. Chicas, mis zapatos eran cómodos, pero no soy mujer de tacones, me siento incómoda. Así que al poco de estar en la mesa me escabullí un momento a cambiármelos por mis bailarinas blancas.
Cuando me fui a sentar, la madre de Fernando me dijo que durante nuestra entrada, era la vez que no había podido aguantar las lágrimas, sobre todo después de ver la tarjeta de agradecimiento en el plato. La verdad que es un detalle muy sencillo de hacer y que queda genial, los invitados se sienten muy apreciados al leerla. Una vez sentada, comenzaron a traer los platos. La verdad es que apenas comí, probé los platos y poco más. No estaba super nerviosa, pero no podía comer nada. Tampoco vi que en mi mesa abundara el apetito, incluso mi ya marido, que es un pozo sin fondo, no comió demasiado. Él mismo admitió que pensaba atracarse en su boda, pero al final, comió poco para lo que es él. El vino traido desde Galicia, Albariño por supuesto, estaba muy rico. De vez en cuando, lo típico que grita la gente: “que se besen” o “vivan los novios”. En otras bodas te ríes, en la tuya te ríes todavía más.
Justo antes del postre, apareció la tarta. La verdad es que había oído que en mi restaurante era fea de narices, me plantee incluso comprar una de fondant para que quedase bonita. Pero la verdad es que no era tan fea, estaba adornada con flores y velas y apagaron la luz, con lo cual se veía bastante bonita. En lo alto, mis muñequitos personalizados que la gente les hizo mucha gracia. “Los ha hecho Miri” decía Fer, porque tampoco los había visto terminados, claro, solo se había visto su monigote. “¿Pero los has hecho tú?”, decía la gente. “¡Alucino!, Si se parecen un montón!” La canción que elegimos para la tarta fue “Paradise” de Coldplay.
No sacaron la espada, sino el sable militar de Fernando, y cortamos juntos la tarta, bueno, más bien casi destruimos la tarta. Porque yo venga a hacer fuerza y que aquello no se cortaba… La balda casi se doblaba de la fuerza, y en esto que se acerca el maître y me dice por lo bajini: “que es de mentira, que no se va a cortar”. Pobre tarta, ¡la deje hecha un cristo! Bueno, pues terminamos con el postre, cafés y licores. En ese momento nos prepararon los regalitos y antes de repartir los de los demás, les dimos a nuestros padres los suyos, que no se lo esperaban. A los padres les dimos un reloj, y a las madres una cesta de plantas (los ramos de flores me parecen un regalo muy poco duradero) y una caja tipo Smartbox con cuidados de belleza. Se los dimos con la música de “Alegria” de El Circo del Sol. Después tocó el turno del resto. A los hombres los licores de crema de orujo y puros; a las mujeres las pashminas con el broche a mano que había hecho. Hubo tortas con las pashminas y los broches, de hecho mi madre pasó con la cesta de las pashminas que sobraron (hice de más previniendo este detalle) para que si alguien quería cambiar la suya, lo hiciera. No cambiaron, cogieron más. Al final solo quedaron 7 pashminas de sobra que desaparecieron misteriosamente al final de la noche. Los broches gustaron mucho, sobre todo al saber que eran hechos por mí. Además las pashminas se agradecieron, porque por la noche en el jardín hacía fresquito y la gente salía a fumar. A los niños les di un cono de chucherías con un osito de peluche. Aunque estaban muy entretenidos con el cuidador-bufón que había contratado. Fue todo un acierto, estuvieron atendidos, comieron bien y jugaron, vamos, se lo pasaron pipa. El tío curró como un campeón, se fue a las dos de la mañana sudando a mares. Los niños y los padres encantados, me dieron las gracias y todo.
Una vez dado todo, lo cual nos llevó bastante, se acercó el encargado a decirme que se estaba haciendo tarde y que el baile debía empezar ya. Así que el DJ llamó a la gente a la pista y no sé quién (yo estaba tomando posiciones para el baile) repartió las bengalas para los invitados. Bajaron la luz y la música comenzó a sonar. Ni idea de cómo hicimos el baile. Lo hicimos. No me caí.
La gente gritaba: “¡con coreografía y todo! Y es que el baile elegido fue un vals “Once upon a December”, porque siempre quise bailar un vals en mi boda (¿en qué otra ocasión puede bailarse un vals?) y habíamos tomado clases porque no me veía moralmente fuerte para bailar delante de todos sin tener ni idea de vals. Cuatro clases con una ucraniana formada en Rusia con el típico carácter ruso, que transformó dos ranas en dos ranas bailando algo similar a un vals. El caso es que bailamos decentemente y el final, con Fernando cogiéndome y luego hincando la rodilla. Quedó de lo más gracioso y la gente aplaudió mucho. Quedó bonito con las bengalas de fondo.
Y después, pues disco y barra libre. Baile con mi padre, con el padre de Fer, con mi hermano y con todo el que me lo pidió. Algunos ya iban muy calentitos ya.
La candy bar la montó mi amiga María con sus pasteles, y quedo monísima. Pusimos unas bolsitas de papel muy coquetas para que la gente se llevara lo que quisiera a casa. Aparte de esto, la recena consistió en brochetas de frutas, que entran de maravilla. La gente bailó mucho, mayores al principio, jóvenes después. Sacamos las bolsas de cotillón llenas de cachivaches para animar la fiesta, que triunfaron. Las chapas personalizadas también, vi a un tío con la camisa de arriba a abajo llena de chapas y los banderines con frases graciosas también. La disco se me hizo eterna la última hora, porque estaba muuuuy cansada chicas. No paré de bailar y me reí muchísimo, lo pase genial, pero el cansancio comenzó a hacer mella después de la recena. La verdad es que se quedó gente hasta el final y no dejaron de bailar, pero yo estaba reventada. A las cinco se terminó todo. Por una parte, mucha pena, por otra, menos mal que voy a descansar. Recogimos un poco las cosas que había hecho yo a mano, para que no se rompieran, como los muñecos de la tarta. Los cestibaños habían desaparecido. Mi madre me contó después que la peña arrampló con todo lo arramplable. Y eso que había puesto un marco con una súplica piadosa. Despedí a los que quedaban, que con dos coj… siguieron la fiesta por Zaragoza. Nosotros nos montamos en el coche de mi padre y nos llevaron al hotel, que estaba al ladito del restaurante, el hotel HIBERUS. Nos despedimos de nuestros padres y subimos al hotel, que es muy bonito y moderno. La habitación era muy amplia, blanca y moderna. La cama era inmensa y el baño molaba mogollón, lleno de tontunas para nosotros. Toda una parte de la habitación no era pared, sino cristalera por donde se veía el río de noche. Fernando me metió en la habitación en brazos, como manda la tradición. Me quité el vestido, que estaba lleno de mugre... ¡qué penitaaaa! Al día siguiente nos despertamos bastante pronto y nos dimos un baño en la gran bañera. Allí repasamos un montón de cosas, y es cuando te das cuenta realmente que todo ha pasado ya. Qué corto se hace si piensas que te has pegado más de un año preparando, pensando, planificando… en un día todo se va como una chispa. Sí, te sientes triste. Te entran ganas de casarte otra vez o al menos de revivirlo. Se hace un poco duro. Después del largo y relajante baño nos pusimos los albornoces del hotel y nos quedamos fritos de nuevo en la cama, hasta la una de la tarde o así, cuando nos despertamos otra vez y nos vestimos porque a las tres habíamos reservado mesa para comer con la familia de Fer, que se volvía a su Galicia natal. Nuestro coche lo había llevado un amigo al hotel, y tras dejar la habitación, pasamos por casa de mis padres para saludarlos y luego fuimos a comer al restaurante, cerca de nuestra casa. Curiosamente, comimos bastante después del atracón del día anterior. Los despedimos, y nos fuimos a casa. Y a terminar la maleta, que aunque estaba medio hecha, había que rematarla. Al día siguiente partiríamos para Kenia, nuestro destino soñado, pero eso… es otra historia.
¡¡¡Y fueron felices y comieron perdices!!!
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