La boda de Manu y Núria en Orista, Barcelona
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M&N
16 Ago, 2014El día de nuestra boda
¿Qué puedo contar del que fue el mejor día de mi vida? Llevaba toda la vida esperándolo y al fin llegó. Y os puedo asegurar que por más que te lo imagines, al final siempre acabará siendo mejor, mucho mejor.
Cuando pisamos por primera vez Masía Vilasendra, Manu y yo sentimos que ese lugar tenía algo especial, sentimos un flechazo y supimos que ni la distancia ni la fecha podrían interponerse en nuestro camino, ese tenía que ser el lugar mágico de nuestra unión. Buscamos una casa rural para los amigos y un hotel para los invitados, para que todo fuera más fácil.
Ese 16 de agosto de 2014 nos despertamos en la casa rural a menos de diez minutos de Masía Vilasendra. Compartimos la noche de antes con todos nuestros amigos. Las chicas y yo fuimos las más madrugadoras y nos fuimos hasta Vic, donde tocaba sesión de peluquería, maquillaje y uñas. Yo me fui sola a hacerme las uñas y a la 13:00 llegó mi mejor amiga y dama de honor, Ari, de la peluquería, y nos fuimos al hotel de los invitados, donde estaba mi prima Montse, que fue la que me peinó y maquilló.
Seguir leyendo »Cuando llegué al hotel, los nervios empezaron a asomar. Llevaba todo el día nerviosilla, pero cuando empezamos con la peluquería y el maquillaje, mi cuerpo empezó a temblar como un flan. Me miraba al espejo, con mi peinado, mi maquillaje y mi tocado, tan especial para mí, y me sentía como una princesa.
Ya peinada y maquillada, me tocaba volver a la casa rural, coger mi vestido y el de mis damas de honor y salir hacia la Masía. Allí me vestía yo en una de las habitaciones y mi futuro marido en la otra. Por el camino en coche recuerdo que nos cruzamos con Manu. Me tapé la cara con lo primero que pillé, pero él ni nos vio, iba tan nervioso el pobre, aunque dijera que no.
Me di cuenta de que el tiempo me había dejado de preocupar. Anunciaban lluvias en Oristà para ese día, pero yo me levanté y miré el cielo, gris pero despejando y no quise darle más importancia. Ya le había dado la suficiente importancia semanas atrás. Ese día que fuera lo que fuera.
Llegamos a la Masía y todo estaba como me lo había imaginado: la fuente encendida, el carro fuera, los detalles listos, la ceremonia montada en los fabulosos jardines, los colores, el sol. Todo en marcha. Estaba en una nube. El único problema, los padres de mi futuro marido no habían llegado y los míos tampoco. Y de nerviosa pasé a histérica, así que me fui a mi habitación, me pegué una ducha (solo de cuerpo) e intenté relajarme esperándolos.
Al fin llegaron. Faltaban todas las fotos de mi marido, así que ármate de paciencia y espera. Los minutos me parecían horas, pero al fin acabaron, ya me tocaba a mí. Entró mi madre, mi abuela y mis damas de honor y me ayudaron a colocarme el vestido. Fue un momento único, era súper divertido ver a tantas personas debajo las ocho telas de mi vestido. Me ataron los botones del vestido, me ayudaron a ponerme las joyas, los zapatos y ya estaba lista.
Por fin, ahora sí era mi momento. A mis damitas les regalé unas coronas de flores y a mis damas les hice entrega de una pulsera hecha con tela de mi vestido y brillantes de mi ramo. Mi hermano fue el encargado de entregarme el ramo y junto a él me leyó unas palabras que fueron las primeras del día en hacerme llorar. Los invitados acababan de llegar con el autobús, y todo el mundo empezó a bajar a la ceremonia, donde estaba Manu recibiéndolos.
Yo me quedé sola con mi padre en la habitación. Me quedé sentada, temblando de la emoción, los nervios, la alegría. Eran tantas emociones acumuladas. Intentaba respirar hondo, pero la respiración se me aceleraba. Y entonces entró Eva, era el momento de bajar. Por unos instantes, mientras yo esperaba en las escaleras, sabía que mi marido estaba al otro lado de los muros de la casa, entrando en la ceremonia, y las piernas me empezaron a temblar.
Recuerdo que cuando llegó Eva para darnos la entrada, cogí fuerte del brazo a mi padre y le dije: “Papa, no em deixis caure” (“Papá, no me dejes caer”), y empezamos a andar. Ese había sido el momento que había soñado más veces durante los últimos meses, el momento que llevaba esperando toda mi vida y superó todas las expectativas. Allí estaba él, sonriendo entre nervios, tan guapo y tan perfecto. Todos los invitados girados mirándome y sonriendo, no se puede explicar con palabras, hay que vivirlo. Fue mágico. Estaba en el césped, todos mis invitados delante, yo del brazo de mi padre, mi marido al fondo del pasillo y el sol brillando con fuerza con unas nubes negras de fondo que nunca llegaron a estorbar.
La ceremonia fue preciosa. Nos hablaron mi tía y mis sobrinas, nuestros mejores amigos, “los Cukys”, y nuestras mejores amigas, Agus y Sara. No podíamos parar de llorar, pero el momento en el que lloramos todos, fue cuando Manu pronunció sus votos. Se puso a llorar como un niño pequeño y nadie pudo contenerse, tuve que respirar bien hondo yo para poder leer los míos. Al acabar la ceremonia, nos tiraron unos globos blancos y unos rojos en forma de corazón con nuestras letras, fue un detallazo por parte de mi madre.
Nos fuimos a hacer las fotos y los invitados se quedaron al lado de la ceremonia, donde ya estaban empezando a servir el aperitivo. Contratamos un catering, el Ospi, con el que quedamos encantados, tanto nosotros como los invitados. Fueron unos profesionales de pies a cabeza, y la comida fue espectacular.
Luego ya fue todo rodado: las fotos con los invitados, la cena, los regalos. Nos sentimos queridos y apoyados en todo momento. Hicimos que todo el convite fuera ameno y entretenido, y bailamos en todas las canciones, desde la entrada al comedor, hasta cada plato que servían y cada regalo que dimos. Pero el mejor de los regalos fue el que nos dieron nuestros amigos a nosotros.
Tenemos un grupo en el que somos veinte amigos, los cuales siempre estamos unidos. Cuesta estar siempre todos juntos, pero cuando hay que estar, lo estamos. Nos hacemos llamar “Los Porcus” (de “por culeros”), e incluso tenemos una canción como grupo, Solo quiero bailar, de Zentrik. Es algo muy especial para nosotros y la gente que nos conoce nos alaga por lo que hemos creado, ya que tenemos formada otra familia.
Manu y yo fuimos los primeros del grupo en casarnos, fue la primera boda Porcus. Antes de nuestro baile, nosotros pasamos un Same Day Edit, que nuestro cámara se curró durante la cena. Luego nos sorprendieron nuestros amigos con un vídeo súper emotivo, de todos nuestros momentos juntos, y de la pedida en Menorca, donde también estábamos juntos. Y de repente, se juntaron todos y empezaron a cantarnos y coreografiarnos, delante de todos los invitados, un baile especialmente hecho para nosotros. Me quedé sin palabras. Fue tal mi sorpresa, que empecé a sollozar. Nuestros grandes amigos habían hecho todo eso para nosotros, me hicieron sentir tan especial. Un sin fin de emociones que no terminaban.
Y fue el momento del baile, Manu y yo lo llevábamos preparando durante meses. Los invitados encendieron sus bengalas y empezamos a bailar. Bailamos Mirrors, de Justin Timberlake. Empezamos juntos y lento, pero cuando la canción empieza a moverse, hicimos una coreografía al ritmo de la letra, y todo el mundo se puso eufórico. ¡Nos salió perfecto! Fue otro gran momento. ¡Y la fiesta!, momento en el que el desmadre tubo cabida.
Esa noche la pasamos juntos, ya como marido y mujer, en la masía, y hablamos durante horas, reviviendo minutos. Fueron tantos los momentos: fotomatón, letras, gafas de sol, pulseras y collares luminosos, chuches, bengalas, abanicos, lágrimas, risas, sollozos, canciones, bailes, alegrías, emociones, nervios, nubes negras y sol, invitados, flores, música, amigos, familia, mi vestido blanco (al fin mi vestido blanco), y mi marido. Un sinfín de emociones indescriptibles que se acumulan en un solo día, y que vivirán para siempre en nosotros.
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