La boda de Manu y María en Zahara De Los Atunes, Cádiz
En la playa Verano Azul 4 profesionales
M&M
12 Jun, 2016El día de nuestra boda
Recuerdo que siendo niña solía escribir todo lo que me pasaba en un diario que año tras año se volvía más y más complejo y extraño. Cada vez escribía menos cosas, pero más profundas e interesantes. Ahora me toca ponerme de nuevo a escribir, esta vez para narrar el día más importante de mi vida hasta el momento (a excepción, claro está, del día en que nací). Recuerdo que mi chico y yo nos despertamos aquella mañana con risas y sueños futuros asomando en los labios. Todo era sabor, todo era armonía. Éramos muy conscientes de que nos esperaba un día lleno de amor, un día por y para nosotros. El momento que habíamos estado preparando durante tantos meses había llegado y ahora tocaba despreocuparse y disfrutar.
Bajamos a desayunar al buffet con mi madre, que ya estaba atacada de los nervios y se moría por fumarse un pitillo. Llevaba varios días nerviosa e intenté tranquilizarla en vano, ya que sabía que se escapaba de mi control evitar que se acordara de mi padre, que se nos fue sólo un año y medio atrás. Aquel fue el único momento del día en el que el tiempo pareció darme una tregua, ya que desde que salí del comedor, todo se aceleró en una espiral vertiginosa de velocidad y alegría incontenible.
Seguir leyendo »A las diez venía la peluquera a peinarme a la habitación de mi madre (en nuestra habitación se vestía mi chico), a las once tenía la cita con la maquilladora y a las doce vendría el fotógrafo a empezar con la sesión. La boda era a la una en la playa del hotel. Durante esas horas, toda la tensión que acumulaba mi madre, a mí se me escapaba entre las risas con Isabel (la peluquera) y los piropos que empezaban a llegar. El peinado quedó perfecto, tal como quería y la maquilladora hizo un trabajo excepcional.
Cuando estaban terminando de maquillarme, llegó mi salvadora: María José (una de mis damas de honor) estaba lista para ayudarnos en lo que hiciera falta. Menos mal que se hizo presente. Mi madre estaba tan nerviosa que era incapaz de ayudarme a vestirme, así que ella se puso manos a la obra y en un periquete me dejó lista.
Fotos, piropos, risas, más fotos, nervios, apuntes de última hora, más fotos, más fotos, más fotos. ¡Y llegó mi hermano! El padrino más guapo que he visto nunca. Cuando ya estábamos seguros de que todo el mundo se había ido a la playa, salimos camino al templete y todo el mundo en el hotel se paraba para hacerme fotos, decirme que estaba preciosa, felicitarme. ¡Fue genial!
Hicimos un poco de tiempo hasta que oímos la banda sonora de Star Wars. Era mi momento. Caminé del brazo de mi hermano hasta la mesa donde me esperaba el que sería mi compañero de vida: guapísimo, nervioso y feliz, absolutamente feliz.
La ceremonia fue corta, sencilla y muy original. Decidí que no quería concejal, ni cura, ni nadie que no formara parte de mi vida, así que el maestro de ceremonias fue mi mejor amigo Mateo. Manu y yo nos conocimos gracias a él, así que pensamos que sería bonito que condujese toda la ceremonia. Amigos y familiares leyeron unas emotivas palabras sobre nosotros, y luego hicimos el rito de matrimonio: un precioso rito celta llamado handfasting en el que nuestras madres unieron nuestras manos (y nuestros caminos) con un pañuelo mientras mi hermano leía la bendición matrimonial. Luego leímos nuestros votos e intercambiamos las alianzas, y le canté a mi ya esposo nuestra canción (Space Oditty, de Bowie). La guinda del pastel fue la lectura de una carta que me escribió mi padre después de conocer a Manu y con la que todos lloramos, nos emocionamos y le dedicamos un pensamiento a mi papá.
Nos fuimos más tarde a la sesión de fotos exteriores mientras los demás disfrutaban del cóctel: mimos, caricias, besos, miradas, complicidad plasmada en una imagen, en un momento. Fue una sesión inolvidable.
Cuando llegamos al cóctel, nuestra gente nos recibió con pétalos de colores y muchos abrazos y enhorabuenas. Ya podíamos dedicarnos a disfrutar de los nuestros. Las primeras conversaciones de casada, ver que todo el mundo estaba disfrutando, que todos estaban felices por nuestra unión. Las tapas, riquísimas. La bebida, excepcional. Elegimos una selección de productos de la tierra basada en pescado, ya que el plato principal del banquete era carne: equilibrio y sencillez, ésa es la clave.
Al llegar al banquete me encontré con un problemilla. Habíamos decidido hacer la comida en el Jardín Zen, pero hacía demasiado calor y los invitados estaban agobiándose. En un periquete, el equipo del hotel decidió que quizá era mejor montar la comida en el Salón Tarifa, justo al lado del jardín. No tardaron más de quince minutos en remontarlo todo, con una eficacia y rapidez que nos dejó a todos alucinados. ¡Aplausos para ellos!
El banquete fue estupendo. Recordaba lo mucho que me gustaron los platos el día de la prueba porque varias amigas me dijeron que aprovechase, que el día de la boda no estaban tan ricos. ¡Pues no! Aquel día a mí me parecieron aún mejor preparados y más ricos que el día de la prueba. La gente disfrutaba y nosotros disfrutábamos con ellos, y como quien no quiere la cosa, llegó el momento de cortar la tarta, entregar los regalitos y dar los ramos: Uno para mamá, para que se lo lleve a papá; otro para Belén, mi mejor amiga; otro para Ana, que se casa en dos meses y otro para María, la novia del mejor amigo de Manu. ¡Cuántas sorpresas! ¡Cuánta alegría!
Comenzamos la barra libre un poco tarde, pero desde el principio la música que sonaba era la que gustaba a los amigos y la familia. Éxitos de siempre que nos recordaban momentos de la infancia y la adolescencia, música que todos conocían, que todos adoraban, cantantes y grupo que nunca fallan, que han estado ahí cada verano, cada fiesta. Todo el mundo dijo que la música era lo mejor. Un montón de horas de risas, bailes y saltos sin parar, mientras nos disfrazábamos para el photocall.
Se acercaba ya el momento de poner fin al día. Llamamos a nuestros amigos para que nos acompañaran a la playa. Les dimos a cada uno un farolillo para que lo encendieran, pidieran un deseo y lo lanzasen al aire. Algunos tardamos más que otros, pero todo el mundo pudo lanzar su deseo al viento para que fluyese, para que fuera una realidad.
Algunos cogieron el bús de vuelta a Cádiz tras el fin de fiesta, pero la mayoría continuó la juerga en el bar de la piscina, y la novia, agotada, se retiró a descansar acompañada de su marido.
Fue un día memorable, inolvidable y único. Y como todas las novias, lo viví intensamente y me quedé con ganas de más. Ahora empieza lo mejor, una aventura al lado de mi marido, de mi pirata, de mi compañero. Ahora empiezan los proyectos, las rutinas, los viajes. Ahora empieza el camino. Ahora empieza la vida a su lado, refrescante, jubilosa, mágica.
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