La boda de Josep y Adriana en El Castell Del Remei, Lleida
Rústicas Otoño Rosa 7 profesionales
J&A
25 Oct, 2020El día de nuestra boda
El día de nuestra boda, ese “coronado” 21 de marzo del 2020 perfectamente elegido por tener un significado muy especial para nosotros. Recuerdo bien los meses previos, todo eran nervios y lágrimas, ya que en septiembre del 2019 sufrí una infección grave en la piel del rostro y no quería verme vestida de blanco con una cicatriz de 4 cm en mejilla y otra de 1 cm en nariz.
Le propuse a mi prometido cambiar la fecha, pues después de 1001 tratamientos de láser y demás potingues, no había forma de disimular la “catástrofe”. Pero, como pasa con los buenos prometidos, para ellos eres la mujer más linda del mundo y le parecía una chorrada anular la boda por una “marquita”. Seguimos adelante con el 21 de marzo, aunque a escondidas yo rezaba noche y día para que alguna fuerza mayor (¿diluvio universal?, ¿terremoto?, ¿invasión zombie?) obligara a posponer el evento o qué sé yo, que surgiera la moda de cubrirse el rostro y así no tener que mostrar mi cicatriz (…).
Y… ¡Abracadabra! Propagación mundial del archienemigo SARS-Cov-2: boda anulada. De hecho, anulé la boda de forma unilateral antes de que se declarara el estado de alarma, pues jamás me hubiera perdonado que mis seres queridos se infectarán. El enfadado de mi prometido, junto con amigos y familiares fue épico. “Tantas guardias te están pasando factura, eres una exagerada”.
Seguir leyendo »La decisión me costó 1001 noches de sofá, que se prolongaron cuando cambié el vestido de novia por el pijama de urgencias. Compartir cama después de largos turnos vestida de carnaval en el hospital me parecía imprudente. Y pasaron los meses de marzo, abril, mayo, junio, julio, agosto y septiembre… Y fuimos cambiando y recambiando la fecha de boda. Finalmente, nos quedamos con la peor de ellas (25 de octubre del 2020), aunque claro está que en ese momento lo desconocíamos.
Tras el inicio del curso escolar y el regreso de las vacaciones, los nuevos casos de Covid-19 subieron como la espuma. Nos vendamos los ojos (cambiamos las noticias por la Isla de las tentaciones…) y tapamos los oídos (dale alegría a tu cuerpo, Macarena…). Esta vez sí coincidíamos con mi prometido: nos casaríamos sí o sí, exceptuando un nuevo estado de alarma.
Habían pasado muchos meses desde el debut de la pandemia. Ahora ya sabíamos que, bajo mascarilla, gel hidroalcohólico, distancia social y 3 o 4 dedos de frente, el riesgo de infección se podía reducir a la mínima expresión. Para distraernos, elaboramos un “puzzle” con los nombres de los invitados. Casi a diario jugábamos con la distribución de las mesas del banquete: vamos a probar con 10 por mesa, ahora con 6 y si dicen que con 4… Luego por familias, por grupos convivientes… Puede que se nos fuera un poco la pinza (un poco bastante).
Desgraciadamente, a 2 semanas de nuestro “mal” elegido 25 de octubre, una llamada nos destrozó. Desde el restaurante querían saber si íbamos a seguir adelante tras el anuncio del cierre inminente de los espacios de restauración por parte de la Generalitat de Catalunya. Existía la opción de trasladar el banquete a otra comunidad autónoma fronteriza…
Solo recuerdo una mezcla de gritos, lágrimas y golpes… Lo que viene a ser una descarga de hormonas de mala leche. “¿Qué hacemos, trasto?, tú eres la médica de casa, decide tú”. Y la médica, que más allá de eso es una chica enamorada desde hace más de 16 años con su único y primer amor, se pronunció: “¡Casarnos!”.
A la vida le encanta darnos patadas en el culo, que bien mirado es una suerte, pues te impulsan hacía delante y no te dejan marcas extra en la cara. Somos las personas quienes debemos reinventarnos y ayudarnos mutuamente para salir victoriosas. El 25 de octubre del 2020 sería el día de nuestra boda, que es algo tan simple como la ceremonia mediante la cual se unen en matrimonio dos personas.
Si habéis llegado hasta aquí, os doy las gracias por seguir leyendo (prometo que me propuse ser breve). Y puesta a dar las gracias, gracias en mayúsculas a todas y cada una de las personas que convirtieron el 25-10-2020 en el día más feliz de nuestra vida. Mi suegra (alias segunda mamá) me preparó una chaqueta tejana con encaje para evitar que quedara congelada con mi vestido de primavera. Un hada madrina se ofreció a venir a maquillarme desde Barcelona, a pesar de que la boda fuera a quilómetros de distancia y se quedara sin banquete.
Las mamás se ocuparon de llenar la iglesia de decenas de flores aromáticas. Además, también las usamos para marcar la distribución en los bancos. Elegimos una supermadrina de bodas (alias angelito de la guarda) que se ocupó de asegurar el lavado de manos y la correcta distribución de los invitados justo en la entrada de la iglesia: ¡una crack! Todos los invitados llevaron mascarilla, pero no una mascarilla cualquiera, sino perfectamente combinada con vestido, bolso y zapatos: ¡espectacular! La más espectacular, mi abuela de 92 años, que brillaba más que la novia (doy fe de ello).
Los únicos sin mascarilla fuimos los prometidos. Nos hicimos una PCR en las 72 horas previas que resultó negativa, aunque, de todos modos, guardamos las distancias. Y por fin escuché el inicio de “Oh my love” (BSO Ghost), la canción elegida para guiarme hacia el altar. No vi mascarillas, tampoco me fijé si había bancos vacíos, solo te vi a ti, Josep, al mismo chico adolescente que con su skate y pantalones agujerados me pidió esa primera cita.
Cuando llegué a su lado, no supe qué hacer. Lloré todo el camino y él, toda la espera. Finalmente nos abrazamos y los aplausos y felicitaciones de los invitados nos llenaron de tanta alegría y satisfacción que nosotros mismos devolvimos los aplausos. No sé cuánto rato estuvimos aplaudiendo, pero me hubiera quedado en ese oasis de felicidad por siempre jamás.
Al finalizar la ceremonia, los por fin esposos tomamos las riendas, pues el cura nos dejó entregar detallitos, flores y demás sorpresas a los invitados. Muchos de nuestros mejores amigos también se habían visto obligados a anular su boda, así que mientras sonaba “Un mundo ideal” (BSO, Aladdin), les regalamos unas “atípicas” figuritas de boda personalizadas: Han Solo y Leia, Arya Stark y Legolas, Mulan y Li Shang, etc.
Para nosotros los invitados lo eran todo. Había personas que recorrieron quilómetros para venir a nuestro enlace a pesar de quedarse sin banquete… Así que los mimamos al máximo. A la salida dejamos manzanas Golden de nuestra tierra envueltas con papel pinocho de colores, también bolsitas con confites de almendra, botecitos de cristal con infusiones (“Digestión feliz”, “Potencia Amorosa”, “Dulces sueños”)… Había que amenizar la espera hasta el banquete que tarde o temprano llegará.
Sí, no tuvimos banquete, pero comer de 5 estrellas se puede hacer cualquier día, casarse es una muestra de amor única. Los extras que le quieras poner siempre estarán en segundo lugar. Sí, tampoco tuvimos baile, pero es que con mi marido incluso nos pisamos andado, así que "no drama". Puede que en los próximos años las bodas no sean como teníamos idealizadas, pero eso no es ni mejor ni peor, simplemente distinto, único y os aseguro que muy especial.
Seguro que en un futuro no muy lejano seremos esos enamorados abuelos que se casaron en plena pandemia.
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