La boda de Fer y Eva en Yepes, Toledo

Me está esperando mi vestido. Viéndolo colgado me parece el más bonito del mundo y me hace olvidar cuál tendría que haber sido mi vestido para ese día y todas las dificultades de las últimas semanas. No importa. Mi vestido va a ser este, y yo voy a estar resplandeciente. Estoy deseando ponérmelo para sentirme una novia y cuando veo todo el conjunto, tal y como yo lo imaginaba en mi mente, no puedo más que ser feliz.

Han llegado mis chicos. No puedo esperar para verlos. Mi futuro marido de espaldas a mí, para no verme antes de tiempo, y mi pequeño de frente, diciendo "mamá" mientras viene hacia mí. No puedo creerme lo guapos que están y lo mucho que los quiero. Las cámaras no paran de hacer fotos, tratando de captar cada gesto que hacemos, cada "te quiero" y cada sonrisa que nos dedicamos en esos momentos de nuestro día que solo nos pertenecen a nosotros, unos minutos que pasan volando hasta que alguien nos recuerda que nuestros invitados ya están aquí.

Oímos las risas, vemos desde lejos los besos de las familias que no se han visto en meses y los abrazos de los amigos que se han echado de menos. No podemos esperar a verlos a todos. Lana del Rey comienza a cantar, las hojas caídas crujen bajo los pliegues de mi vestido y del lado de nuestros padrinos empezamos a caminar hacia un prado iluminado con un centenar de luces. Es mejor de lo que imaginábamos, es tal y como lo habíamos soñado. La noche se adueña del prado mientras nosotros nos damos el "sí, quiero" y nuestra ceremonia parece una galaxia llena de estrellas en medio de la oscuridad otoñal. Todo es tan precioso que pasa en un suspiro. Las lágrimas de emoción y el silencio dan paso a las lágrimas de alegría, los puñados de arroz y las risas, y ellos a las ganas de comer, beber y pasar un día inolvidable.

Las horas pasan demasiado rápido. El cóctel se acaba antes de que me dé cuenta de que ha empezado e igual de deprisa pasamos al banquete. El salón luce como nunca, los manteles azul noche, del mismo color que el cielo de fuera, decoran las mesas nombradas como las estrellas que hoy brillan sobre nosotros. Y las flores borgoña, a juego con las hojas de otoño, las calabazas y las granadas decoran nuestros rincones representando el paisaje otoñal que nos acompaña. Las lámparas dan al salón una luz cálida y acogedora que se mezcla con las velas y nos hace sentir a gusto. Nunca pensé que mi boda fuera a ser así, de esas bodas que ves en foto y te hacen soñar.

Las luces de la ceremonia nos han traído hasta aquí y las luces de las bengalas nos sacan a todos del salón para que dé comienzo la fiesta, una fiesta rodeada de hojas, luces y estrellas que no olvidaremos jamás.

Una noche de otoño mágica.